El esfuerzo principal de las acciones correctoras debe enfocarse en el rectángulo inferior derecho de la matriz, con un doble objetivo: primero, reducir al máximo la probabilidad de ocurrencia (que nunca será cero) y, segundo, minimizar las consecuencias. Esta es la principal razón, y no otra, de instalar protecciones en zonas escogidas como las Ramblas o Preciados. Sabemos sobradamente que son objetivos muy apetecibles para los terroristas, por la facilidad que presentan para hacer daño con una inversión modesta y sin apenas planificación. Sabemos que lo han intentado y conseguido en el pasado. Sabemos también que, de alcanzar su propósito, las consecuencias conocidas en términos de pérdidas de vidas humanas, propagación del terror y publicidad mundial son incalculables. Invertir en esas protecciones tiene un coste infinitesimal si lo comparamos con el inmenso daño que pueden evitar, mucho más si lo contrastamos con la naturaleza, cantidad y dimensión económica de otras inciertas partidas de gasto público.
Argumentar que las defensas pasivas fomentan el miedo y la inquietud en los ciudadanos es risible. Oponer la incomodidad de su existencia y defender la suficiencia de otras medidas, como la vigilancia y la concienciación ciudadanas, resulta totalmente insuficiente. No existe, bajo mi punto de vista, razón técnica ni económica para no efectuar una instalación selectiva basada en un buen análisis de riesgos. Los argumentos en contra que he podido escuchar y leer mientras escribía la presente entrada siguen provocándome sonrojo e indignación.
Por supuesto, no me corresponde a mí exigir explicaciones ni dirimir el papel de unos y otros en estos momentos tan duros. Soy un simple analista. Cada uno sabrá la cuota decisoria que le corresponde en este drama, y en estos momentos la unidad es más importante que los reproches. Por ello pienso que lo prioritario, además de reconfortar a las víctimas y a sus allegados, es extraer lecciones inmediatas de lo ocurrido y adoptar medidas correctivas para remediar las carencias detectadas, aunque para algunos ya sea tarde.
Unidad, coordinación e intercambio de información e inteligencia entre todos los responsables de nuestra seguridad y FCSE, en todos los ámbitos de la administración y más allá de la lucha política, suponen el único camino posible. La consecución de una seguridad razonable no debe nunca hacerse a costa de la asunción de riesgos inaceptables, cuya minimización nos cuesta mucho menos que una campaña electoral y cuya negación puede acabar pagándose con mucho dolor.
Y por favor: no nos tomen por tontos.