Big Trouble in Little Britain?

24101486-7949321-Pro_Brexit_leave_the_European_Union_supporters_pose_for_photos-a-2_1580422056808.jpg

El viernes a las 11:00 PM (hora de Londres, medianoche en Bruselas), el Reino Unido dejó de pertenecer a la Unión Europea, de la que formaba parte (a su peculiar manera) desde 1973. La salida se produce tres años, siete meses y una semana después de un referéndum en el que un 51,9% de británicos apoyó la opción del Brexit, tras un proceso trufado de rancio nacionalismo, abundante demagogia, falacias a todo ritmo y un sinfín de torpezas políticas, sin olvidar tampoco la ceguera, autocomplacencia y carencia de autocrítica de las instituciones comunitarias. En este sentido, no puedo sino compartir punto por punto el sentimiento expresado por Juan Claudio de Ramón: me cuesta mucho asimilar que el Brexit se hizo con mentiras, y eso me acaba casi importando más que otras consideraciones geopolíticas o socioeconómicas.

Todo lo dicho fue más patente todavía al escuchar el discurso de salida (pregrabado) de Boris Johnson, un revival a lo Churchill, que venía a emular los tiempos gloriosos de unidad y resistencia británica durante la Segunda Guerra Mundial. Fue como estar ante una especie de “Keep Calm and Carry On” del siglo XXI. El problema es que Boris no es siquiera la sombra de Winston (ni de Tatcher), que la sociedad británica afronta completamente dividida el futuro, que el enemigo externo a batir es un constructo mayormente ficiticio y que las maravillas que se anuncian resultan todavía especulaciones inciertas de una nación que, como las otras viejas naciones europeas, ya no es tan grande ni puede competir en el teatro geopolítico con añosas hechuras imperiales.

free.jpg

¿Un nuevo comienzo?

Por otra parte, es comprensible que tras estos meses turbulentos sea difícil resistirse a la sensación de estar recomenzando, de liberarse de ese invisible yugo burocrático que tanto parecía maniatar al pueblo inglés y le impedía retornar a pasadas grandezas. La luz es ahora más clara, el aire más ligero, cualquier cosa es posible, todo está por venir, aunque sea la cruda realidad. De peores cosas hemos salido, apuntan los políticos brexiters, con la irresponsable displicencia que otorga el saber que, con toda probabilidad, nunca van a ser los paganos de sus decisiones. Por ello, la tentación de diverger con la Unión Europea es muy grande, y diverger es precisamente lo que pretende Johnson en estos próximos meses de negociación. Porque, queridos lectores, el Brexit no ha hecho más que empezar.

Recordemos que el 1 de febrero se inició el llamado periodo transitorio, que finaliza el 31 de diciembre de este mismo año. El Reino Unido podría solicitar una prórroga antes del 1 de julio, pero el premier británico no está por la labor. Pedir la prórroga más tarde de esa fecha requeriría una reforma del Acuerdo de Retirada o un nuevo acuerdo, lo que se considera prácticamente inviable. El problema es que el marco legal de relación futura que se pretende acordar en este lapso brevísimo de tiempo es, sencillamente, una pesadilla política.

El “mínimo vital”

La Declaración Política Revisada que acompaña al Acuerdo de Salida ha supuesto un cambio en la filosofía de la futura relación entre Reino Unido y la UE, alejándose de la estrecha relación que pretendía el gobierno de May y definiendo un nuevo marco basado en un acuerdo de libre comercio que permita la mencionada divergencia regulatoria entre ambos actores.

Dada la envergadura de la tarea negociadora y el exiguo calendario, Michel Barnier, jefe de la Task Force de la UE, ha propuesto centrarse en aquellos asuntos que no requieran la ratificación por parte de los Parlamentos nacionales, sugiriendo un “mínimo vital” compuesto por los siguientes elementos:

  • Un Acuerdo de Libre Comercio (FTA): centrado en bienes, incluyendo los productos agrícolas, y vinculado a un acuerdo de pesca (“imperativo”, según Barnier). El acuerdo incluiría disposiciones “sólidas” en materia de igualdad de condiciones (Level Playing Field, LPF).

  • Un Acuerdo en materia de seguridad interior

  • Un Acuerdo en materia de seguridad exterior

  • Disposiciones en materia de gobernanza.

Ahí es nada. En apenas 11 meses.

Por su parte, las estrategias negociadoras de la UE y del Reino Unido difieren notablemente, y vienen distorsionadas por el factor tiempo, como explicaba en un reciente hilo de Twitter, que finalmente ha dado lugar a esta entrada:

Con respecto a Gibraltar, Barnier asegura que se excluirá del mandato negociador, aunque el gobierno del Peñón ya se ha apresurado a arriar la bandera de la Unión y a izar la de la Commonwealth. Toda una declaración de intenciones.

gibraltar-se-despide-de-la-ue-con-la-arriada-de-la-bandera-europea.jpeg

Tal combinación de complejidad y premura abre importantes interrogantes:

  1. ¿Seremos capaces de llegar a un acuerdo en menos de 11 meses?

  2. ¿Mantendrán los países de la UE la cohesión necesaria durante este período negociador?

  3. ¿Tenemos realmente asumida la posibilidad de un no deal en temas clave?

Sobre las tres cuestiones anteriores tengo muchas dudas, pero con respecto al Reino Unido, estoy convencido de que va a resultar un negociador incisivo, correoso, marrullero y desesperante para la burocracia comunitaria, y que someterá a dura prueba la consistencia de la Unión. No en vano, llevan décadas zascandileando en ella y siglos enteros enredando en el panorama geopolítico global, en incansable defensa de sus intereses. Los británicos son un pueblo admirable, orgulloso, tenaz y resistente, capaces tanto de grandes sacrificios y generosidades como de notables y persistentes atropellos. Más o menos, como cualquier antiguo imperio que se precie. No esperen otra cosa de ellos.

Por otra parte, tampoco debemos olvidar lo que comentaba hace unos días Enrique Feás al respecto a la posición de la Unión:

Los británicos no se dan cuenta de que, cuanto más integrado está un país en la estructura productiva europea (como el Reino Unido), más cuidadosa tiene que ser la UE con el “Level Playing Field”, porque más daño les puede hacer la competencia desleal. Canadá está a 5.000 km, ellos a 300.

En definitiva, las espadas están en todo lo alto.

brexit.jpg

un futuro incierto

La realidad nos dice que, pese a las declaraciones de Johnson, las insufribles celebraciones de personajes como Farage y las continuas promesas de paraíso terrenal que ofrecen las portadas del Telegraph (autoproclamado “salvador del Brexit”), nos hallamos en un limbo de incertidumbres y de palabrería voluntariosa. Precisamente, una de las mayores incógnitas actuales es la propia capacidad del gobierno británico para gestionar todo el proceso con garantías, más allá de las alharacas mediáticas. Por no hablar de las renovadas tensiones nacionalistas en Escocia e Irlanda del Norte.

Como bien apunta The Economist, el análisis gubernamental de impacto económico del Brexit estimó la reducción a largo plazo del PIB per capita en el caso de una relación “cercana” con la UE (como la de Noruega) en alrededor del 1.4%, frente una pérdida del 4.9% en el supuesto de una relación más “distante”. La diferencia representa el coste de la divergencia regulatoria, con impacto directo en la vida de los ciudadanos británicos. Dicha divergencia ofrece también notables oportunidades, pero nada se ha materializado aún, salvo la mera constancia del divorcio.

Cierto es que de todo se acaba saliendo, pero aún está por ver si el Brexit supondrá para Gran Bretaña ese prometido retorno a antiguos esplendores o, por el contrario, la convertirá en un país más frágil y empequeñecido dentro del panorama global, una Little Britain sumida en un Enorme Problema por culpa de unos políticos que mintieron a su pueblo y no supieron estar a la altura de su historia.

El camino ético

ERE.jpg

(Breve reflexión a raíz de la sentencia de los ERE... y muchas otras que la precedieron y las que seguro la seguirán)

El camino ético en el mundo político (o en el económico, académico, personal, etc.) siempre resulta el más difícil. Por eso suele ser el menos transitado.

Los atajos existentes son variados y tentadores, y suelen activar resortes de la debilidad humana: ansia de notoriedad, poder, codicia, pereza. La mayor ganancia con el menor esfuerzo. Sortear la ley en lugar de cumplirla. Dejar de transitar por tantos y engorrosos trámites administrativos, democráticos o virtuosos.

Una vez escogido el desvío, es difícil volver atrás. El dinero rápido, la solución fácil, el ansiado aplauso, el voto, llaman a proseguir mientras la sensación de impunidad crece. Muchos acaban creyendo estar por encima del bien y del mal, devorados por el éxito. Pero el nudo en la garganta persiste siempre, la vibración de la navaja no deja descansar el oído, el convencimiento íntimo del mal proceder sigue ahí, rumiando, cangrenando, aunque se le quiera dar sepultura en las catacumbas de la mente.

Pueden transcurrir meses, años, décadas, pero la podredumbre acaba estallando y repartiendo pestilencias. El culpable, de pronto, se enfrenta a la constancia de su culpa. Pero no esta solo; también llega el turno de aquellos que le acompañaron en su deriva. Los que confiaron de buena fe, desconociendo las más elementales normas de prudencia; los que ensalzaron tanto despropósito, y los presuntos expertos que, a sabiendas de que el asunto apestaba (o peor aún, sin preocuparse por saberlo), embarcaron a otros en la inmundicia.

Una y otra vez, la historia se repite. Y no parecemos aprender.

Greta y los Cuervos

Greta-Thunberg-740x430.jpg

Contemplar a Greta Thunberg me provoca desasosiego y tristeza. No por las calamidades que anuncia en la causa medioambiental que con tanta pasión e intensidad encarna, ni tampoco por el sentimiento de culpabilidad que debería embargarme como inconsciente derrochador de los recursos del planeta tierra. No me entiendan mal; el devenir climático y ecológico global me preocupan tanto como otros fenómenos relevantes que ocurren a mi alrededor, pero mi consternación por Greta es otra, muy personal y subjetiva. Es aquella sensación molesta e insistente, esa voz interior a la que se refería Carl Jung y que nos susurra bajo la consciencia que algo no está bien, sin importar cuan respaldado se halle por la opinión pública o el código moral.

El caso es que veo a Greta y recuerdo a todos esos niños prodigiosos, con habilidades especiales, inteligencia, sensibilidad, labia, belleza o gracejo sobre los que en su momento recayó la atención mediática de un país o incluso del mundo entero, al proyectar una imagen que redimía las frustraciones paternas y cuadraba con las diversas intenciones de aquellos que les promocionaban, la situación del momento y los anhelos de sus amplias audiencias. Al igual que Greta, niños y adolescentes como Macaulay Culkin, Justin Bieber, Joselito, Marisol, River Phoenix y tantos otros, fueron en su momento ídolos de masas y a su vez sujetos pasivos de intereses ajenos, para acabar convirtiéndose años después en juguetes rotos y adultos arrasados. Niños como Joel Kupperman, cuya historia explica este magnífico artículo de muy recomedable lectura y que su hijo Michael Kupperman ha trasladado en forma de novela gráfica, 'Niño prodigio'.

niño.jpg

De su padre, Kupperman escribe:

¿Por qué si no iba a convertirse en tamaña obsesión nacional un niño mono con un don para las matemáticas? No solo hacía pasayadas en la radio, sino que conoció a los peces gordos que gobernaban el país (...) Era solo un niño, pero era inteligente, era judío y proyectaba una imagen que cuajaba con las intenciones de la cadena. Así que se lo llevaron de giras interminables y le presentaron a los más importantes hombres. Salió en televisión acompañando a Bob Hope, Bing Crosby, Chico Marx e incluso intentaron que tuviese éxito en el cine con una película de Charles Lamont llamada De tal palo, tal astilla. Un día conoció a Orson Welles, que quiso impresionarle con un truco de magia cuya trampa la joven estrella supo captar al momento. Cuando le preguntaron, el director de Ciudadano Kane dijo: ‘Asombroso. Es tan sincero y puro como Albert Einstein’.

Greta se halla ahora mismo en esta tesitura: llevada de un lado a otro, fotografíada, preguntada, tuiteada, exhibida y expuesta masivamente a los medios por familiares, activistas y organizaciones nacionales e iternacionales de todo cariz, incluyendo las propias Naciones Unidas. Es la chica del momento, la joven que todos desearíamos ser o haber sido, la voz valiente de una causa que es mucho mayor que ella.

No voy a entrar aquí en las incoherencias y debilidades de una campaña climática de teletienda que obvia el debate abierto y sólo consigue oscurecer preocupaciones honestas e iniciativas necesarias en favor del medio ambiente y el bienestar de generaciones futuras. Sólo mencionaré, por poner un ejemplo anecdótico, el ingente esfuerzo energético y coste para el medio ambiente que supone producir los materiales (metálicos, plásticos, fibra…) y los miles de componentes de esa maravilla tecnológica naval, construida para disfrute de unos pocos, que es la embarcación en la que Greta ha navegado hasta Estados Unidos, en lugar de usar uno de esos siniestros aviones en los que millones de personas vuelan cada día alrededor del mundo. Como bien nos recordaba Bill Gates en un reciente y magnífico artículo:

Sé que suena extraño decirlo, pero abre la puerta a un tema importante que merece mucha más atención en cualquier conversación sobre el cambio climático. La fabricación de acero y otros materiales, como cemento, plástico, vidrio, aluminio y papel, es el tercer mayor contribuyente de gases de efecto invernadero, detrás de la agricultura y la producción de electricidad. Es responsable de una quinta parte de todas las emisiones. Y estas emisiones serán algunas de las más difíciles de eliminar: estos materiales están en todas partes en nuestras vidas, y todavía no tenemos avances probados que nos den versiones asequibles de carbono cero.
Velero.png

Pero hoy el debate no es ése, sino Greta. Esa misma ONU que la lleva en volandas y la expone públicamente sin recato, establece en su principio IX de la Declaración de los Derechos del Niño de 20 de Noviembre de 1959 que todo niño debe ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación, no permitiéndosele trabajar antes de una edad mínima adecuada; y que “en ningún caso se le dedicará ni se le permitirá que se dedique a ocupación o empleo alguno que pueda perjudicar su salud o su educación, o impedir su desarrollo físico, mental o moral”. Ésta es la cuestión, y no otra. Que nuestra protagonista, además, pueda padecer Síndrome de Asperger y las complicaciones adicionales que ello conlleva, no debería desviarnos de la esencia del problema, esto es, la utilización interesada, partidaria o no, torticera o no, de niños y adolescentes para resolver o apaciguar las miserias de sus mayores. De nuevo, Michael Kupperman lo cuenta de manera cristalina cuando habla sobre su padre:

Durante años, aquello generó en el chaval un estrés con el que aprendió a convivir. También una serie de carencias emocionales básicas. No tuvo amigos de la infancia y no sabía relacionarse cuando pisó el instituto. Tampoco tuvo un hogar dónde refugiarse de los focos, ni unos padres que le protegiesen -al contrario, estaban encantados con el éxito-. Pasó años recorriendo su país, siendo el genio que querían que fuese. Pasó una niñez de marioneta en manos de intereses adultos. Y cuando él mismo se convirtió en un adulto, bloqueó toda su infancia -consciente o inconscientemente-, y su cerebro borró todo lo que había vivido. No recordaba casi nada de todo aquello por lo que era conocido.

Sinceramente, creo que con Greta hay un riesgo muy cierto de que pase lo mismo, y además en un mundo donde la capacidad de comunicación, difusión e intimidación se ha multiplicado de forma exponencial. Sería muy triste que fuera así, porque de ocurrir, no duden que los carroñeros políticos y mediáticos, esos mismos que hoy la ensalzan, se encargarán de solazarse con gusto en los restos de su naufragio.

Ensayo y error

imagescaff8b0m.jpg

Hace tiempo publiqué una entrada dedicada a la incapacidad de las diferentes teorías económicas para resolver los problemas actuales. Escribía entonces que es necesario desechar viejas fórmulas y pensar diferente. Las teorías económicas "que funcionaban", tal y como las conocemos, han muerto. El período económico que conocemos viene a ser como la era de los dinosaurios: falta saber si la extinción será lenta o llegará por un cataclismo.

Quizás deberíamos aparcar por un momento las pretensiones macroeconómicas y bajar al terreno de soluciones menos ambiciosas pero factibles en el ámbito educativo, laboral, empresarial y normativo. Buscar pequeños efectos que actúen como catalizadores positivos y generen experiencias a imitar. Las acciones modestas pero persistentes dan resultados en el corto plazo y promueven nuevas acciones. Son, además, relativamente sencillas de ajustar y corregir.

En este sentido, una aproximación del tipo ensayo y error puede ser mucho más efectiva que las grandilocuencias a las que nos tienen acostumbrados los políticos de turno. No en vano es la manera en que la raza humana ha ido evolucionando durante siglos. Como dijo Ralph Nader , "tu mejor maestro es tu último error". A este respecto, les recomiendo encarecidamente escuchar este breve y magnífica charla sobre la cuestión que les acabo de plantear: "Ensayo, error y el complejo de Dios" Ah, y por favor: no se rindan, nunca.

Más reflexiones sobre lenguaje y política

George-Orwell-940x637.jpg

Hace tiempo reflexioné, en clave cuántica, sobre cómo el muy deficiente uso del lenguaje en política contribuye de forma importante al sombrío panorama económico actual. Mencionaba entonces un magistral artículo de George Orwell ("Politics and The English Language") sobre esta misma cuestión.

Orwell proporciona un ejemplo magnífico de lo que ocurre cuando el moderno lenguaje político se apodera de la realidad. Utiliza para ello unos versos del Eclesiastés, un libro cuya lectura recomiendo sin reservas, puesto que trata de verdades concretas y completamente actuales. Los versos (muy lúcidos, muy cuánticos) dicen así:

Los contratiempos imprevisibles 9:11 Además, yo vi otra cosa bajo el sol: la carrera no la gana el más veloz, ni el más fuerte triunfa en el combate; el pan no pertenece al más sabio, ni la riqueza al más inteligente, ni es favorecido el más capaz, porque en todo interviene el tiempo y el azar.
El mismo texto, reconvertido al lenguaje moderno, podría acabar siendo algo como esto:
Consideraciones objetivas sobre los fenómenos contemporáneos llevan a la conclusión de que el éxito o el fracaso en actividades competitivas no suele estar en proporción con las capacidades innatas, bien al contrario, un considerable componente de azar debe ser tenido en cuenta invariablemente.
Esto es: el pan mediático nuestro de todos los días.

Pequeñas motivaciones de andar por casa

motivacion.jpg

Una actitud positiva vale más que cien manuales de autoayuda.

El filósofo estadounidense William James afirmaba que los seres humanos, mediante el cambio de nuestra actitudes internas, podemos modificar los aspectos externos de nuestras vidas. Aunque no consigamos influir en todas las circunstancias que nos rodean, creo sinceramente en la idea expresada por James. El propio refranero popular lo corrobora cuando nos pide que pongamos buena cara al mal tiempo. Y es así.

Regresar al trabajo y al trajín cotidiano después de un merecido descanso vacacional forma parte de nuestra normalidad, y como tal deberíamos asumirlo. Sin entrar en circunstancias personales, que uno tenga salud y pueda trabajar constituye, ya de por sí, un motivo de satisfacción en los duros tiempos que corren. Una vez interiorizado este hecho, tan sólo hacen falta algunos empujones adicionales para arrancar la jornada de manera favorable. En este sentido, soy un firme defensor de las rutinas íntimas. Me refiero a esas modestas costumbres y satisfacciones que nos permiten calentar el motor vital y esbozar la primera sonrisa del día. Debemos cultivarlas y promoverlas.

En mi caso, siempre me levanto más temprano de lo necesario para poder asearme y desayunar sin prisas. Salto de la cama con buena disposición. Preparo la ropa que me voy a poner, bebo un gran vaso de agua y antes de ducharme dejo lista la mesa del desayuno, que en mi caso es copioso: un plátano, un bol de cereales, tostadas o galletas y café. Me afeito escuchando las primeras noticias del día y sigo con ellas en la radio mientras como con tranquilidad y curioseo las últimas actualizaciones en mi timeline de Twitter. Arrancar la jornada con parsimonia me ayuda a acelerar más tarde.

He aquí un pequeño ceremonial que funciona. Otros seguirán sus propias y efectivas rutinas; el objetivo es contribuir a la creación de una corriente positiva que nos ayude a sobrellevar las dificultades y obligaciones diarias. Dicho lo cual, siento una tremenda curiosidad por saber qué les funciona a ustedes.

Soñando en Gibraltar

Esta es la historia de un sueño cierto.

Recuerdo que me hallaba en Gibraltar, era de día y lucía un sol radiante. Llevaba en la mano una raqueta y una pelota de ping pong mientras ascendía por un pedregal. No me pregunten por qué deduje que aquello era Gibraltar. En los sueños uno no se cuestiona esas cosas: simplemente se saben. Tampoco estaba claro el propósito de acarrear la raqueta y la pelota. Tal vez una mesa y un contrincante desconocido me esperaban en la cima para jugar un partido al aire libre con vistas al Estrecho, entre macacos curiosos. Bueno, esta última reflexión es una mera conjetura que no formaba parte de mi sueño.

table-tennis.jpg

El caso es que subía con dificultad y sin pensar en nada, concentrado en el ascenso, hasta que se me cayó la pelota, que se alejó rebotando cuesta abajo con ese sonido inconfundible de las bolas de ping pong. Era, además, el único sonido audible en ese momento. Plic. Plac. Plic. Plac. Plic. Plic. Plac. La caída terminaba al cabo de unos metros en una poza de agua cristalina, pero la pelota, en lugar de flotar, se hundió inmediatamente con un rotundo plof, como si fuera una esfera de plomo macizo. Otra de las particularidades de los sueños es que cada uno tiene sus propias leyes físicas.

Aunque la poza parecía profunda, podía divisar claramente la pelota reposando en el fondo, gracias a la extraordinaria transparencia del agua. Descendí hasta el borde y me agaché para tocar la superficie. Aquel líquido, que tenía la cualidad del vacío sin serlo, no estaba ni frío ni caliente; resultaba raro pero agradable al tacto. Me desnudé sin aprensión, dispuesto a bucear y rescatar la bola. Esta vez mi capuzón no hizo ruido alguno, fue igual que sumergirme en un charco de silencio. Siempre he sido buen nadador y en el sueño no había perdido tal habilidad, así que alcancé la pelota en pocas brazadas. No tenía la densidad del plomo, pero seguía sin flotar. Lo asumí sin extrañeza, demorándome unos instantes en el fondo. Miré a mi alrededor. Nada había allí reseñable salvo una paz que me resultaba ominosa. Tenía que salir y seguir subiendo por el peñón. 

Al emerger de la poza, mi ropa había desaparecido. Fue una mera constatación, ni siquiera pensé en la causa ni en los posibles culpables. Solo me preocupaba la desnudez; en tales circunstancias, no podía proseguir. Decidí buscar ayuda y empecé a descender, en cueros y con las rocas lastimándome los pies. Para mi alivio, conseguí llegar pronto a un chamizo con hechuras de chiringuito playero. No puedo afirmar que hubiera playa, porque mi atención estaba totalmente centrada en sus ocupantes, un grupo de chicas jóvenes y bonitas que parecían estar celebrando una despedida de soltera. Bailaban, reían y cantaban en bañador al son de una música indeterminada. Llevaban el pelo adornado con diademas nupciales y bebían cerveza. Me acerqué y saludé con cierta vergüenza, medio oculto tras una de las perchas de madera que sostenían el entoldado. Me miraron sin sorpresa ni aprensión, manteniendo el espíritu festivo. No me preguntaron nada, sólo sonrieron, como si mi presencia allí fuera lo más natural del mundo.

“Quiero encontrar un poco de ropa y llamar para que me vengan a recoger”, pedí. “Ropa no tenemos salvo la poca que llevamos puesta”, apuntó una de ellas, “pero te podemos prestar un teléfono, incluso acercarte donde quieras. Y también invitarte a una cerveza”. Sonreí encantado y les agradecí el detalle. “Con la llamada y la cerveza bastará”, respondí. Me alcanzaron una Coronita helada y un teléfono móvil de pantalla enorme, embutido en una aparatosa funda de pedrería. Tecleé feliz el número de casa. Estaba ya sonando el tono de llamada, cuando me di cuenta de algo: me hallaba completamente desnudo, en un desconocido chiringuito de Gibraltar (¿?), en medio de una despedida de soltera, bebiendo y rodeado de chicas guapas con ganas de fiesta. La pala y la pelota de ping pong habían desaparecido de la escena.

“¿Cariño, eres tú?”, escuché al otro lado de la línea.

Sólo entonces comprendí que el sueño acababa de terminar y estaba dejando paso a una casi segura pesadilla.   

La importancia de tener al día nuestros documentos financieros y últimas voluntades

Pon-en-orden-tus-ultimos-papeles-domestica-tu-economia-sebastian-puig.png

Hace ya unos años publiqué un artículo en Domestica tu Economía sobre la necesidad de tener ordenados, controlados y al día nuestros papeles y documentos financieros. Reflexionaba entonces sobre lo poco preparados que solemos estar (de hecho, no lo estamos nunca) para la terrible situación de perder inesperadamente un familiar, afrontar una penosa enfermedad o hacer frente a un accidente o fatalidad, algo que pone literalmente patas arriba nuestra realidad personal y, muy a menudo, también la financiera.

Aquella entrada de 2014 viene a cuento por el inesperado fallecimiento de Luciano, mi padre, el pasado mes de noviembre. Sí, Luciano, el protagonista de mi anterior entrada sobre presupuestos familiares, “Las finanzas personales en los recuerdos del abuelo”, gracias a quien pude hacer un recorrido por las finanzas personales de este país durante la posguerra y los años del desarrollo. Esos recuerdos, publicados muy poco antes de su muerte, quedan ahora registrados como el hermoso legado de un hombre cabal, a quien nadie le regaló nada en la vida y que vivió hasta el último momento con dignidad y salud para contarlo.

Luciano se nos fue en un suspiro, pero incluso después de fallecido nos dio una generosa lección sobre cómo dejar sus asuntos en perfecto estado de revista.

Leer artículo completo...