Decencia
Esforzarnos por la decencia merece la pena.
Uno busca “decencia” en el magnífico diccionario de la lengua española y halla tres hermosas acepciones, muy similares entre sí, porque al fin y al cabo se refieren a una misma cualidad…
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Esforzarnos por la decencia merece la pena.
Uno busca “decencia” en el magnífico diccionario de la lengua española y halla tres hermosas acepciones, muy similares entre sí, porque al fin y al cabo se refieren a una misma cualidad…
Artículo de Borja Ventura en Yorokobu, en el que tuvo la gentileza de recabar mi opinión y la de otras muchas voces, lo que hace el trabajo más abierto e interesante para un debate sensato y respetuoso sobre el tema. Excelente trabajo y muchas gracias por la confianza.
La nueva economía ante el reto de que sus números verdes sean más verdes
Aunque no es la primera vez que el mundo se enfrenta a una situación de incertidumbre y desorientación global de tal magnitud, ahora lo hace desde una realidad social y tecnológica completamente distinta, con viejos paradigmas en desintegración e instituciones en cuestión. Sin embargo, ello no significa que no podamos aprender de los ejemplos del pasado.
Mi última colaboración con Sintetia un personaje extraordinario, una enorme mujer, una oficial de marina cuya historia de determinación, proactividad y rebeldía serena nos deben inspirar en estos tiempos inciertos: Grace Murray Hopper (1906-1992).
Leer el artículo: Navegar en aguas inciertas: lecciones de vida y gestión con Grace Murray
“Los datos no son información, la información no es conocimiento,
el conocimiento no es comprensión, la comprensión no es sabiduría.”
- Clifford Stoll, astrónomo y escritor
30 de octubre de 2020: el PIB español registró una variación del 16,7% en el tercer trimestre de 2020 respecto al trimestre anterior en términos de volumen. En el segundo trimestre la tasa fue del −17,8%. La variación interanual del PIB se sitúó en el −8,7%, frente al −21,5% del trimestre precedente. Fuente: INE.
A los pocos minutos de salir los datos anteriores, empiezan a publicarse titulares como éste de El Economista:
Otros medios siguieron con la fiesta. El Periódico, el Heraldo de Aragón, el Huffington Post, 20 Minutos, el País… abrieron con parecidos titulares de “Última Hora” en sus redes y espacios digitales: aumento histórico y salida de la recesión. Parecía que se hubiera producido el milagro de Lourdes o la multiplicación de los panes y los peces.
Un lector no familiarizado con la economía, como son por desgracia la mayoría de ciudadanos españoles, podría haber pensado que lo peor de la crisis había pasado y que ya estábamos en la senda de la salvación económica. ¡Pero si hemos salido de la recesión, que lo dicen en los medios! ¡Es además HISTÓRICO!
Técnicamente, decir que “habíamos salido de la recesión” era un dato correcto: el término recesión económica se aplica en las situaciones en que los países que sufren crecimientos negativos en su Producto Interior Bruto (PIB) durante, al menos, dos trimestres consecutivos. No obstante, tales titulares no proporcionaban ninguna información de valor añadido que hiciera comprender la realidad a sus lectores, máxime teniendo en cuenta que la economía todavía está deprimida um 8,7% con respecto al año anterior. Un 8,7%.
Análogamente, decir que “el crecimiento había sido histórico” tampoco era erróneo: no existen registros anteriores sobre una subida económica del tal magnitud. Pero, de nuevo, ese dato en bruto, fuera de contexto, no estaba ofreciendo una información fidedigna sobre el hecho económico que pretendía describir. Era un dato tan “histórico” como la caída del 17,8% del trimestre anterior. Raro habría sido no rebotar significativamente desde aquel batacazo, una vez reabierta la economía.
Ambas expresiones, “salir de la recesión” e “histórico”, colocadas así juntas, reforzaban un entendimiento defectuoso de lo ocurrido, convirtiendo un dato francamente positivo en una anécdota triunfalista para animar al clic y posiblemente desviar la atención del público. Una forma de trabajar demasiado habitual en muchos medios y que flaco favor hace al buen periodismo económico.
Un titular mucho más preciso y correcto, que reflejaba con dos datos y pocas palabras la información necesaria, es el que publicó Javier G Jorrín (uno de los mejores periodistas económicos de la actualidad) en el Confidencial. No fue el único, afortunadamente.
La información del titular del Confidencial, acompañada con el gráfico adecuado, proporcionaba en apenas un vistazo un conocimientro general, básico pero adecuado, de la situación, que tan bien explicaba un poco más tarde el profesor Manuel Alejandro Hidalgo en un tuit:
“Pero es fundamental que entendamos estas cifras como lo que son, una valoración de un flujo de renta que se paró parcialmente en el IIT como consecuencia de lo más duro del confinamiento y que durante los meses de junio a septiembre en parte se reactivó. Son cifras estratósfericas asociadas al hecho simple de parar y reactivar.”
Este hecho se reflejaba de manera cristalina en un gráfico de mi apreciado Combarro, compañero de fatigas en Thinknomics. A menudo, una imagen habla mucho mejor que mil palabras:
Un poco más tarde, el mismo Combarro nos ofrecía un gráfico similar del PIB, pero sin el efecto del consumo público, que nos daba una visión muy precisa de la situación en la que nos hallamos:
Esa gráfica nos cuenta que hay varios sectores de nuestra economía (en especial el sector servicios y, de manera mucho más cruda, el turismo y la hostelería) que no han recuperado los niveles pre-pandemia y a los que todavía les queda un largo y doloroso camino por delante.
La gráfica esconde asimismo un concepto matemático muy básico pero que mucha gente desconoce o ha olvidado, y que está relacionado con las pérdidas y recuperaciones. Yo siempre lo ilustro con un ejemplo sencillo de comprender: una pérdida del 20% en mis 100 euros me deja con 80 euros en el bolsillo. Una subida del 15% sobre mis restantes 80 euros, me deja con 92 euros. He perdido al final 8 euros, un 8%. Si esa subida hubiera sido del 20%, la caída final aún sería del 4%. Este es un concepto importante en economía, y mucho más en finanzas: si pierdo un X% y luego recupero ese mismo X%, al final me quedo con menos dinero que el que tenía.
En definitiva, los llamativos titulares publicados ese día acerca de esa rutilante “subida histórica y salida de la recesión” no aportaban un conocimiento útil sobre la realidad de un dato muy positivo, dato que sin embargo no nos sacaba de la crisis y que, además, resultaba muy probablemente efímero, puesto que, a fecha de su publicación, ya estábamos siendo sometidos a confinamientos cada vez más intensos ante los rebrotes del COVID-19. Todo ello, sin contar con que todavía tenemos la economía conectada a las máquinas de respiración asistida. Y que no disponemos de recursos para mantenerla permanentemente enchufada sin hacer más destrozos a las ya muy maltrechas cuentas públicas.
Lo que les cuento en este artículo un ejemplo puntual, apenas una anécdota, pero que a base de repetirse se está convirtiendo en un proceder cada vez más habitual.
A estas alturas, creo que podrán coincidir ustedes conmigo que sin una información económica (y de otro tipo) que presente y trate datos veraces de manera honesta, responsable y comprensible, muy pobre será el conocimiento que los ciudadanos puedan adquirir de la realidad, tan necesario para el debate público y la adquisición de un mínimo sentido crítico. Y sin conocimiento no hay saber de las cosas que valga, esto es, no hay manera de utilizar la información para mejorar el valor de nuestras acciones o decisiones, lo que constituye el quid de la sabiduría.
Quizás sea precisamente éste el objetivo de algunos; hurtarnos de esta posibilidad de conocimiento para convertirnos en seres desinformados, acríticos, dóciles y manipulables. Carne de cañón para populismos y totalitarismos.
Cañones a su derecha,
cañones a su izquierda,
cañones detrás de sí
descargaron y tronaron.
Azotados por balas y metralla,
mientras caballo y héroe caían,
los que tan bien habían luchado
entre las fauces de la Muerte
volvieron de la boca del Infierno.
Todo lo que de ellos quedó,
lo que quedó de los seiscientos.
La carga de la brigada ligera, de Tennyson
Hemos pasado del estado de alarma a la resistencia, la unidad patriótica, la moral de victoria y, finalmente, al toque de queda. Lo siguiente será ocupar sus puestos para el combate, calar bayonetas y formación cerrada para doblegar al enemigo. El enemigo son el virus, voraz y despiadado, que no conoce de soflamas ni relajos, y todos aquellos indisciplinados que osan desertar de unas trincheras cuidadosamente diseñadas por un estado mayor que se ve sobrepasado e incapaz de ganar la batalla.
Este uso y abuso del lenguaje castrense no es baladí; señala la urgente necesidad de enfatizar verbalmente un fenómeno que ha superado por aplastamiento nuestra normalidad civil, como pretexto para la asunción extraordinaria y duradera de una anormalidad que, en circunstancias ordinarias, nos haría clamar al cielo, pero que ahora se nos antoja como la última seguridad posible. Lo que no pueden la competencia, la eficacia, la responsabilidad (individual, social, política) y el convencimiento, se pretende alcanzar de nuevo mediante la alarma perpetua, el código disciplinario del BOE, la arenga y el toque de corneta de a casa mis valientes.
Pero no nos engañemos: lo que no consigan un planeamiento ordenado, un esfuerzo coordinado y generoso de país, una información puntera y detallada, una gestión de riesgos prudente, una administración de recursos eficiente y una arquitectura institucional robusta no podrán solventarlo, como no lo solventaron anteriormente, un Real Decreto tras otro, unas llamativas campañas de comunicación o una sucesión de lemas y de aplausos al son del Himno de la Alegría.
Tampoco ayudarán muchos ciudadanos limitados en su devenir, culpabilizados, desorientados, asustados y saturados de órdenes y contraórdenes que, a estas alturas y en las actuales condiciones, están por repetir lo que el Coronel Dax respondió al General Mireau en Senderos de Gloria:
“Si pudiera elegir entre ratones y Mauser, creo que me quedaría con los ratones siempre.”
El COVID-19 sigue mandando sobre la economía, y los actuales rebrotes no hacen más que incrementar sus efectos perniciosos, tal y como describí en la entrada anterior de mi serie en El Blog Salmón. En este contexto tan complicado, nuestros líderes políticos, económicos y sociales deberían tener muy en cuenta una regla de oro a seguir durante cualquier crisis: no amplificar con su proceder el daño ya causado . Una regla a la que tampoco somos ajenos los ciudadanos, como presuntos responsables de nuestros actos.
Leer el artículo completo: Por favor, no hagan olas
El dilema fundamental ahora es conseguir sincronizar la curva sanitaria con la económica, algo que muchos países no han conseguido. La palabra es INCERTIDUMBRE. Aquí la entrevista que Crédito y Caución ha tenido la gentileza de hacerme para Twecos #twecos #covid19
(Dedicado a Luis I. Gómez, con todo mi aprecio y admiración)
Los indicadores financieros son valores que se obtienen poniendo en relación las diferentes partidas de los estados económico-financieros de la empresa, y que pretenden ofrecer una medida del desempeño de ésta. Su magnitud, comparada con un determinado nivel de referencia, puede señalar una desviación sobre la cual adoptar acciones correctivas o preventivas. Por ejemplo, el ROI, que por sus siglas en inglés significa Return On Investment, es una métrica que refleja, expresado de una manera sencilla, las ganancias financieras obtenidas con cada acción o proyecto empresarial.
Se trata, sin embargo, de una magnitud cruda, que no es capaz de medir intangibles clave. Por ejemplo, la honestidad, esa palabra que no me canso de repetir y por la que me arriesgo a que ustedes me tachen, con razón, de plasta.
Ojalá existiera un indicador que midiera, por ejemplo, el ROIH: un eventual Retorno de la Inversión Honesta, menor (o no) que el ROI financiero en términos económicos, pero muchísimo más valioso si atendemos a criterios de ética, responsabilidad y creación de valor a largo plazo, porque no hay nada tan poderoso como el discurso y los hechos de alguien natural, honesto y creíble.
Dicho esto, el camino de la honestidad personal, empresarial y política resulta casi siempre más difícil, costoso y prolongado que los atajos rápidos tomados por líderes impostados y poco escrupulosos. Quizás a muchos pueda parecer que eso les funciona. No obstante, estoy convencido que hacer las cosas bien y conforme a conciencia suele reportar grandes beneficios con el tiempo, muchos de ellos incluso susceptibles de ser contabilizados, aunque por encima de todo conlleva paz de espíritu. Y esa no hay dinero ni fama que la pague.
Haciendo mías las palabras de François Fenelon:
La rectitud de conducta y la reputación general de rectitud recaban para sí mayor confianza y aprecio, y a la larga, por consiguiente, más ventajas, incluso materiales, que cualquier camino sinuoso.
Algunos deberían tomar buena nota en estos tiempos tan difíciles que estamos viviendo.
Cuando escribo esta entrada llevamos ya 21 días de confinamiento en España. Todos encerrados en casa menos quienes cada jornada se parten el cobre, arriesgando su salud, para combatir en el frente saniario o mantener en funcionamiento el respirador de la actividad mínima necesaria para la supervivencia de todo.
Quienes todavía tenemos que acudir a nuestros puestos de trabajo transitamos por unas calles sacadas de películas apocalípticas. Mi siempre hiperactiva imaginación me ha transmutado algún día en una especie de Robert Neville (Charlton Heston) cruzando las calles desiertas de los Ángeles, sólo que en Madrid. O en el coronel George Taylor (de nuevo, Charlton), temiéndome que al doblar la esquina para llegar a mi edificio de oficinas me encontrara, ya no con la Estatua de la Libertad, sino con el esqueleto cementerial de lo que un día fue el Santiago Bernabeu. Películero que es uno.
Pero eso es fuera. Dentro de los hogares, permanecen los resistentes como soldados de trinchera. Les han dicho que son héroes, que su esfuerzo de contención resulta vital para derrotar al enemigo invisible que ha minado el territorio de su devenir cotidiano. Cada día se asoman al horizonte de sus ventanas o balcones para aplaudir a sus valientes. Cantan, lloran, ríen, se animan, hacen chanzas, se cuentan la vida de ayer y se reconocen en la angustia de hoy y de mañana. Luego regresan al refugio para escuchar los partes de campaña en televisiones, radios, redes. Planean y repiten rutinas, recorren pasillos, cocinan, duermen, hacen los deberes, llaman y son llamados, chatean, teletrabajan, escriben, colorean, cocinan y vuelven a cocinar, se pelean, se odian, se reconcilian, se aman, se animan y se desesperan.
Padecen por sus ausentes y enfermos, lloran de agradecimiento por los curados y se rompen en pedazos de dolor e impotencia por no poder despedir a sus muertos. Reciben catararas de cifras crudas sobre fallecidos, ingresados, recuperados. Cuentan las horas, los amaneceres, los ocasos y luego pierden la cuenta y dibujan en calendarios inciertos sus luces al final del túnel. Les explican que esto va ser cosa de unas jornadas, o a lo mejor varias semanas, tal vez un mes, quién sabe. Han aprendido que lo que hoy no es recomendable mañana puede resultar obligatorio, que lo impensable de ayer puede materializarse la semana que viene, que todo es una sopa de incertidumbres movedizas, y que verdades y mentiras son parte indistinguible de una materia amorfa que acogota sus sueños. Que las empresas que cierran y los trabajos que han perdido es posible que regresen, o que nunca lo hagan, cuando esto acabe. Se enfadan, echan la culpa o disculpan a unos y a otros por su acción o inacción. Se lamentan de las palabras dichas o no dichas, de los amigos no recuperados, de las demoras perezosas en el camino de sus sueños. Trazan planes sobre futuros inciertos y se aferran a ellos como un soldado a su viejo fusil, con la última bala de esperanza en la recámara.
A este ejército de almas compungidas no podemos pedirle siempre la euforia permanente, la confianza ciega, el subidón de espíritu, la actividad incesante del refugio. No podemos abrumarles cada momento con palabras bonitas. No podemos, no debemos arengarles mientras les mentimos. Deben saber que no pasa nada por quedarse quietos o llorar sin motivo. Que no pasa nada por callar. Que no pasa nada por estar iracundos con el mundo, no pasa nada por hollar la zozobra, no pasa nada por bajar revoluciones o por dejar rebosar la pena negra que de vez en cuando les desborda. Hay que respetar los silencios y el dolor. Necesitan su espacio. Recuperar la parsimonia.
Decía @carlos__alsina en la radio que el principal enemigo de la esperanza es el cansancio, eso que los militares conocemos como fatiga de combate. Por eso es bueno replegarse regularmente y recuperar energías. Atenerse a los valores esenciales y eliminar cargas accesorias. De lo contrario, nuestros esfuerzos van perdiendo norte y sentido. Reencontrarnos con nosotros mismos y luego regresar a la trinchera con la quijada prieta, esperando siempre lo mejor y preparados para lo peor. Tocados, pero no hundidos.
Quedan muchos días, y nuestras fuerzas son limitadas. Hay que cuidarse.
Cuídense. Por favor. Cuídense.
En la anterior entrada de este blog efectuaba unas breves reflexiones sobre la dimensión global que estaba adquiriendo el brote de coronavirus tras haber salido de las fronteras de China. Quince días después, las dinámicas de esa expansión son todavía más claras y contundentes. En aquellas fechas, en España teníamos apenas unas decenas de casos; a fecha de hoy (7 de marzo) hemos alcanzado los 500 (cuarto país de Europa). En Italia ya van por los 5000 y están listos para aislar a 16 millones de personas. Se dice pronto.
Con las noticias de nuevos positivos nos llega también una avalancha de informaciones y desinformaciones, mentiras, medias verdades, datos científicos y bulos homeopáticos, cifras económicas, rumores, partes de situación, ruedas de prensa, desmentidos, acusaciones, teorías serias o conspirativas, declaraciones y mutis políticos… sumergiéndonos en un espeso plasma de incertidumbres y congojas. El COVID-19 tiene una dimensión que trasciende con mucho el componente sanitario y, como tal, sus consecuencias se extenderán largamente en el tiempo, más allá del momento de su contención. Tres son los brotes epidémicos que trae consigo:
El virus.
La desconfianza.
La desaceleración económica.
Los tres se realimentan en su potencial dañino.
En el aspecto puramente médico, cada día vamos conociendo más aspectos del COVID-19, aunque sea una información necesariamente incompleta, dada la relativa novedad del organismo. La Organización Mundial de Salud ha efectuado un esfuerzo ingente de divulgación sobre la epidemia, incluyendo recomendaciones técnicas de actuación a las autoridades sanitarias. Y es precisamente en este punto donde empiezan las primeras asimetrías globales. Frente a la contundente y enormemente coercitiva respuesta china, impensable para los occidentales pero aplaudida por la propia OMS, hemos podido comprobar como cada nación ha hecho de su capa un sayo, siguiendo sus propios análisis internos, de acuerdo con sus capacidades sanitarias, prioridades políticas y económicas, peculiaridades culturales o configuraciones sociales, ofreciendo un mapa de reacciones heterogéneas que van desde el aislamiento de zonas enteras, la prohibición de eventos multitudinarios, la realización masiva de pruebas de detección, el cierre de colegios o las restricciones fronterizas, hasta un mero control adaptativo “blando” y una actuación selectiva sobre los brotes, sin prohibiciones específicas. Esta asimetría de informaciones y respuestas genera en sus respectivos ciudadanos un caudal interminable de preguntas ante las inevitables comparaciones que con toda razón se hacen. ¿Nos estamos pasando tres pueblos con las restricciones o nos estamos quedando miserablemente cortos, teniendo en cuenta lo que hacen nuestros vecinos? ¿Pueden más las consideraciones de naturaleza política o económica que las sanitarias? ¿Tenemos los medios suficientes? ¿Está el contagio controlado o lo damos por perdido? ¿Por qué se impide a los profesionales asistir a una reunión científica, pero se permiten y hasta fomentan las manifestaciones multitudinarias? ¿Nos ocultan la gravedad de la epidemia? Y la cuestión que repetidamente aparece en los medios: incluso aceptando la presunta imposibilidad práctica de detener el brote, ¿no resultaría mejor ser muy restrictivos ahora para evitar colapsar el sistema más tarde?
La respuesta heterogénea y descoordinada de la propia Unión Europea (con varios miles de casos reconocidos mientras escribo esta entrada), siempre lenta y reactiva, tan precupada por el Brexit y sus presupuestos como incapaz en apariencia de ofrecer una sola voz ante la epidemia ni el necesario liderazgo en recursos, procesos e información, no hace más que contribuir a este panorama confuso, a una incómoda sensación de improvisación y de “sálvese quién pueda”, generadora de la segunda ola epidémica asociada al coronavirus: la pérdida de confianza.
Frank Sonnenberg ha escrito que la confianza es como la presión sanguínea: es silenciosa, vital para la salud, y si se abusa de ella puede ser mortal. En el caso de una epidemia, la confianza ciudadana es el cimiento fundamental que articula una respuesta efectiva a la misma. Hace unos días, divulgaba en mi cuenta de Twitter una fantástica pieza histórica de la revista del Smithsonian sobre la evolución y gestión en EEUU de la pandemia de gripe en 1918. Una lectura larga, en inglés, pero muy recomendable, que nos habla de unas lecciones aprendidas que siguen de plena actualidad. El principal mensaje del autor con respecto a aquellos terribles acontecimientos se me quedó grabado a fuego en la memoria:
La lección más importante de 1918 es decir la verdad. Aunque esa idea se incorpora a todos los planes de preparación que conozco, su implementación real dependerá del carácter y liderazgo de las personas a cargo cuando estalle una crisis
En efecto, la eficacia de las intervenciones públicas en un evento sanitario de estas dimensiones depende del cumplimiento de los ciudadanos, y para que éstos cumplan, evidentemente, deben confiar en lo que se les dice. Este hecho resulta si cabe todavía mucho más relevante ante la enorme capacidad actual de difusión de información, tanto veraz como falsa. La falta de voluntad para responder públicamente a preguntas incómodas, para proporcionar directrices coherentes o para reconocer, sin alarmismos, la inevitabilidad de una epidemia acaba significando “que los ciudadanos buscarán respuestas en otros lugares y probablemente encontrarán muchas malas”. En esos casos, casi siempre prevalece la jungla. Para las autoridades públicas, se trata de un reto tan grande como el de la misma enfermedad.
En China, el férreo control informativo y la censura hicieron mucho más daño que la pandemia, pese a la posterior gestión de la misma. Son muchas las cosas que pueden hacerse para mejorar y coordinar una gestión informativa que sea rápida, potente, transparente y de acceso único, universal e inmediato para los ciudadanos, algo impensable en un régimen dictatorial pero imprescindible en una democracia avanzada. Tenemos los medios tecnológicos y los recursos financieros necesarios. Todo ello, acompañado de liderazgo, responsabilidad y capacidad de decisión.
No hay que tener miedo a decidir cosas, aunque resulten impopulares. Y cuanto más alto sea el nivel decisorio, mejor. De lo contrario se producirá la inevitable quiebra de confianza, lo que es demoledor para la tercera ola epidémica a la que me voy a referir, de naturaleza económica.
Hace dos semanas ya explicamos como el parón de la economía china debido al COVID-19 iba a tener efectos multiplicadores a nivel mundial, debido a su integración cada vez mayor en las cadenas de valor globales, tal y como refleja el mapa anterior. Tales efectos ya se están presentando con fuerza a medida que la epidemia avanza, junto con otros que también apuntábamos entonces: caída de precio del petróleo y de las materias primas, disminución de los flujos comerciales, disrupciones en la industria tecnológica e inestabilidad de los mercados financieros. Pero es en el tráfico aéreo donde el impacto va a resultar más inmediato: la IATA acaba de actualizar sus previsiones económicas ante la expansión del COVID-19, dibujando dos escenarios: uno de disfusión moderada del virus, con 63.000 millones de dólares en pérdidas globales de ingresos de viajeros, sólo en 2020, y otro de difusión más extensa, en el que las pérdidas pueden alcanzar los 133.000 millones de dólares. Este último escenario, nada improbable de proseguir la tendencia epidémica actual, podría llevarse por delante a muchas compañías aéreas. De su capacidad de reacción y adaptación dependerá su supervivencia. Huelga apuntar, además, las consecuencias derivadas en otros sectores tan importantes para muchos países como el turismo, algo que se nota ya con fuerza en las zonas más afectadas por la epidemia. Vienen curvas para todos.
Todo lo dicho se traducirá en una ralentización económica que instituciones internacionales como la OCDE han empezado a estimar en la revisión de sus previsiones:
Otras firmas de análisis macro, como Focus Economics, apuntan a efectos similares, tanto en la economía china como a escala global:
Estas estimaciones no resultan triviales, y son susceptibles tanto de empeorar como de ser contenidas. La falta de confianza en la respuesta de los gobiernos e instituciones internacionales a esta pandemia podría conducir a que el parón económico se consolidara y acabara produciendo un daño a los ciudadanos mayor que la propia enfermedad, que por ahora parece estar muy lejos en letalidad con respecto a otros brotes víricos. Ello abriría las puertas a una crisis sistémica de naturaleza y consecuencias imprevisibles, poniendo a prueba la capacidad de respuesta fiscal de las naciones, especialmente aquellas que durante este último período de expansión no han hecho sus deberes estructurales. Esperemos que no sea así, y que todas estas turbulencias acaben resultando un mal sueño dentro de unos meses.
No despreciemos, por tanto, al COVID-19. Este simulacro de gripe, como la califican algunos despectivamente, trae consigo más de un brote epidémico, cada cual más peligroso que el propio virus. Actuemos, y hagámoslo todos, globalmente. La falta de decisión, el acobardamiento y la complacencia conducen inevitablemente al rotundo fracaso colectivo.